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Ensayo de muertes sucesivas

Teatralidad del resto

 

 

 Artículo y fotografía por Ces Le Mhyte

¿Culturas de ruinas? ¿Ruinas de culturas? Kantor ya dispuso abrir la ventana hacia lo que no tiene nombre, lo que queda del nombre, la palabra, el ser y, por sobre todo, de la idea o ideas de eso que denominamos mundo, incluido en él la muerte como fenómeno siempre abierto. La obsesión y el apego, como matrimonio indisoluble, a este sentido del acontecer vuelven a estar   expuestas en el seno de las llagas todavía no supuradas de sus consecuencias.

Ensayo de muertes sucesivas, dirigido por Claudio Gatell que retoma y redirecciona los grandes interrogantes que ya planteara el clásico Fausto,  aprieta con gran hondura sobre esas heridas. Como sabemos, la construcción  eurologocentrista  incluso de los modos de relacionarse con este sentido trágico del acontecer  ha perforado sus propias capas, como juego absurdamente macabro y patético,  llevándolo (al ser, se entiende) a las erosiones no sólo de certezas absolutas sino incluso de toda certeza, por fragmentaria que fuera, sobre el mundanar, sobre la aprehensión pura cognoscitiva   de vivencias.

Lo que propone esta puesta, entonces, es hacer patente los maquillajes mortuorios que la propia idea de muerte crea para referirse a la pérdida, la ausencia irreparable, lo irremediable, expresándose en los discursos dramatúrgicos y filosóficos. Se le hace indispensable este hecho, a ese sistema de pensamiento,  para poder aminorar la carga de las ruinas, del exilio de sí, el destierro de las semillas de papel que sellaban el pacto entre el fenómeno estético de la representación y eso indeterminado que se accede gracias a, según lo que entendían hasta ese momento, la fuerza determinada del cuerpo: la mens rationis.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Es posible que Fausto sea sólo un genio desfigurado de los nuevos tiempos o retorno del  genius exento de culpa alguna? ¿Es responsable del puro acto de la creación, que no puede más que donarla, sin importarle ninguna consecuencia? ¿ O las habituaciones que han hecho con su subjetividad es lo que permitieron la expansión de perdigones de puro deseo de engendrar abstracciones a su imagen y semejanza? Si uno no puede más que escindir imágenes de lo plenamente real ¿Cuál es el borde que no se debe tocar?

Justamente, lo fenoménico entra en juego en esa pura potencialidad hecha lenguaje y que ya se hace añicos. Como cada hoja, expulsada de la máquina de escribir, que Fausto muerde intentando luego tragar para finalmente pulverizarlas con las manos.

 

 

Pulverizar, de eso también se trata: cómo se pulverizan las culturas incluso en lo que se enseña pedagógicamente qué es femenino y masculino, haciendo borrosas las huellas identitarias del ser.

Es esto lo que Fausto (deslumbrantemente expresado en la corporalidad actoral de Ricardo Carranza) se cuestiona a sí mismo cuando anhela travestirse, mudarse de sustancia, o, justamente, mostrar la insuficiencia y el error de la sustancialidad que se le atribuyó por mucho tiempo a la subjetividad. Sus mujeres (la novia enfermera, perturbadoramente sensual, asfixiantemente bella, pero de una cualidad sufrida y arrojada a un pleno vacío, caracterizada con mucha intensidad por India Prieto; Margarita, una muchacha sirviente de sueños que no le pertenecen, huérfana de amor, suplicante esquilea de amamantamiento de certezas todavía inhallables,  testigo desafiante de su habitar y lo que habita en Fausto , personificada con hondura por Clarisa Balcarce;  la Santísima Madre, portadora de la voz y la lengua que enredan de torturas discursivas  en la mente de Fausto, siendo un personaje que habita como una marca, una impronta indespegable en el suelo de los sueños de él mismo, condena gestual  que se le aparece siempre en la persecución de su conatus, como si fuese la raíz de su creación, rol asumido no sin compromiso por Paula González) lo acechan, lo nombran, lo acorralan, lo asedian hasta el punto de querer eliminarlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Eliminación. La historia del pensamiento occidental, nace o está signada con el sello de la supresión ante lo que plantea complejidades de alcance extraordinario. Y ello no es posible sin un refugio normativo que garantice la autoridad de su poder. Cuando no se logra fácilmente esta acción, la brutalidad es el verdugo salvador de sus planes. 

En este sentido, el engaño es otra de las tantas máscaras de la eliminación, y,  en este acontecimiento en particular  que estalla sobre tablas, está intrínsecamente ligado a la historia de la cultura germana (no sólo reciente). 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un nazi (una muy interesante resignificación de Mefisto, interpretada por el propio Claudio Gatell) aparece así guiando a Fausto en la elaboración de las didascalias, de la iluminación, la sonoridad de las palabras, la gestualidad adecuada para la simulación,  en la tarea de juntar el polvo de ruinas para que dote de vida a sus más extraños personajes.

Opera como una estaca, un trozo de vidrio incrustado en el pecho, la mente e incluso en los sueños de Fausto atormentándolo sin piedad ni pena.

¿O todo es un oscuro, lúgubre, asfixiante túnel de proyecciones postmodernas de eso que todavía no sabemos bien qué significa y sin embargo lo señalamos como mundo?

Quizás la libertad comienza cuando se desenredan desencadenándose las palabras del oscurantismo de la Razón., esclavizador de la trascendentalidad del habla a mero tecnicismo ciego y repetitivo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Otra gran puesta teatral de Claudio Gatell para dar cuenta  representativa y poéticamente del resto que queda de lo donado en esa creación extraña que sigue siendo Occidente.-

 

 

 

 

 

 

Ficha técnica

 

Dirección e iluminación: Claudio Gatell

Asistente: Mary Blue

Diseño gráfico y fotografía: Diego De Venezia

Elenco: Ricardo Carranza (Fausto), Clarisa Balcarce (Margarita), India Prieto (La novia enfermera), Paula González  (Santísima madre) y Claudio Gatell (Mefisto).

 

A  sala llena, en todas sus funciones, en El Galpón Multiespacio, Ciudad de Buenos Aires.

Ces Le Mhyte
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